domingo, 20 de diciembre de 2009

TEMA 2_ LA ESPAÑA DE LA RESTAURACIÓN (1898-1931)

La Restauración: carácter y causas

Un enésimo golpe de Estado, en diciembre de 1874, proclamaba la monarquía en la persona de Alfonso XII de Borbón, y ponía fin al breve experimento republicano. El regreso al trono de los Borbones se conoce como “Restauración”.
Se trataba de una vuelta al orden que querían los militares, la Iglesia, los republicanos desengañados, los empresarios y los financieros y grupos capitalistas nuevos.
Se iniciaba un largo período de aparente estabilidad, entre 1875 y 1923, en el que no hubo golpes de Estado, ni modificaciones a la Constitución aprobada en 1876. Su principal ideólogo fue el conservador Antonio Cánovas del Castillo, por lo que se conoce este período como “Restauración canovista.
Causas que explican la estabilidad del régimen canovista.

1. Los principales partidos políticos, el Conservador y el Liberal Progresista, comparten las reglas de juego parlamentarias y la Constitución de 1876. Ambos partidos se irán alternando pacíficamente en el poder, imitando en las formas el modelo parlamentario inglés. En virtud de los llamados “Pactos de El Pardo” los conservadores de Cánovas y los liberales de Sagasti se sucederían en el poder, sin dejar espacio para terceros.
2. El Rey apoyó su autoridad en la Constitución y en las Cortes. En teoría, el monarca estaba por encima de los partidos: la Constitución de 1876 le otorgaba enormes prerrogativas como la de disolver el Parlamento, sancionar las leyes aprobadas por las Cortes o nombrar los jefes de Gobierno. La idea de Cánovas no era la de crear un Rey poderoso que ahogara la vida política aunque su poder era muy grande sobre el papel.
3. El Parlamento es el centro de la vida política. Los gobiernos liberales de Sagasti incidieron más en la legislación social, aprobando leyes que garantizaban el derecho de reunión, imprenta o asociación. En 1890 vio la luz un nuevo Código Civil y ese mismo año, con la oposición de Cánovas, se aprobó una ley que garantizaba el sufragio universal masculino.
4. No hubo guerras importantes durante más de 20 años: en 1876 se rindieron los últimos carlistas y en 1878 la paz de Zanjón supuso la paz en la guerra de Cuba. El Ejército asume un papel marginal en la vida política durante algunas décadas y acepta la primacía del poder civil, una de las máximas de toda sociedad avanzada.
5. La Restauración tuvo un amplio apoyo entre los empresarios españoles. El arancel aprobado en 1891 fijaba unas tarifas altísimas a la importación de cereales y manufacturas, por lo que salieron beneficiados los grandes agricultores castellanos y los fabricantes de textil catalanes, que querían protegerse de la competencia de los trigos americanos y los tejidos ingleses. Los perjudicados por esa política fueron los comerciantes y los menos pudientes, debido a la subida de los precios de alimentos que siguió a la entrada del arancel.
6. Un apoyo importante vino de la Iglesia. La Restauración permitió que la Iglesia controlara la educación y la vida privada de los españoles, permitió la creación de conventos y órdenes religiosas, prohibidas desde 1836 y suspendió el matrimonio civil.


7. El republicanismo había salido muy dañado de 1873 y el socialismo era muy débil en el plano político. Alguna importancia mayor tendrá el anarquismo. Y los nacionalismos catalán y vasco, que obtendrán sus mejores dividendos a partir de 1900.

Los partidos dinásticos eran grupos de dirigentes provinciales que para ganar las elecciones buscaban el apoyo entre los caciques de los pueblos. Los caciques eran los poderosos que habían hecho su fortuna en la desamortización, y que utilizaban ese poder para dar trabajo y hacer “favores” a sus vecinos. Por su posición, los caciques eran muy bien tratados por los dirigentes nacionales, que acudían a ellos en busca de votos en las circunscripciones rurales.
Durante la Restauración, el partido en el poder amañaba los comicios con el apoyo de los caciques y ganaba siempre.
En su función de intermediario entre el Gobierno y el elector, el cacique intercambiaba votos por “favores” entre los votantes que entraran en su juego.
Estas prácticas, características del mundo rural, tenían su contrapunto en las ciudades, donde los caciques tenían menos poder e influencia. Los partidos “no dinásticos”, republicanos, socialistas y nacionalistas, no tuvieron la fuerza suficiente como para ser verdadera oposición al sistema de la Restauración.
En los regímenes parlamentarios de aquella época, todo Gobierno debía sustentarse en una “doble confianza”, la del Rey y la de las Cortes. Si fallaba una de las dos, el Gobierno cae.
El Gobierno tenía garantizada la mayoría en las Cortes, porque “siempre ganaba las elecciones”, pero poco podía hacer cuando entraba en juego la confianza del Rey. Cuando el partido en el poder daba señales de agotamiento, la Corona se erigía en portavoz de la opinión pública del país, y cesaba al presidente.
Cuando caía el Gobierno, el monarca entregaba el poder al jefe de la oposición y le encargaba convocar nuevas elecciones.
Para que el sistema funcionara, además del cacique y del Rey, era imprescindible que los dos principales partidos estuvieran de acuerdo en ser mayoría o minoría. La primera tarea del nuevo presidente consistía en sustituir a los gobernadores civiles heredados del Gobierno anterior y negociar con los líderes del partido que entraba en la oposición el resultado de las próximas elecciones.
El ministro de Gobernación del Gobierno entrante y el líder del partido destinado a ser minoría en las futuras Cortes, pactaban los nombres que debían presentarse por cada distrito, y los que habrían de ser elegidos. Tal era el sentido de la operación del “encasillado”.


Cambios económicos, sociales y culturales.

España se vio envuelta en un cierto proceso de modernización: se desarrollaron las ciudades (Madrid, Bilbao, Barcelona), aumentó la población, disminuyó la mortandad y crecieron las clases medias.
Ya a finales del XIX hubo importantes novedades: se consolidó el sector industrial (siderurgia vasca) y minero (carbón asturiano). La luz eléctrica comenzó a llegar los hogares españoles y hacia 1894 hubo un boom de compañías eléctricas, paralelo al de la gran banca.
La agricultura no se quedó al margen de los avances, sobre todo el cultivo de vid, aceite y naranjas, orientado hacia la exportación. Pero este crecimiento fue insuficiente: las clases más humildes siguieron estancadas en la pobreza, y fue el movimiento sindical quien se encargó de denunciar estas desigualdades.

La población española creció a buen ritmo, de 18,5 m. en 1900 a 23,5 en 1930. Este ascenso tiene que ver con la bajada de la mortalidad, del 29 %o en 1900 al 18 en 1930. La esperanza de vida alcanzó los 50 años en 1930. En el siglo anterior, esta elevada presión demográfica, junto a los limitados recursos económicos, se resolvió con una alta tasa de emigración. La inseguridad en el mundo, unida a la mejora de la calidad de vida en las ciudades españolas, puede explicar que el emigrante prefiera la gran ciudad española a la aventura americana. Hacia 1930 el 42% de los españoles ya vivía en núcleos de más de 10000 habitantes.
Al tiempo que crecen, las ciudades se ensanchan y se modernizan. Casi todas las capitales de provincia incorporan servicios propios de la vida moderna (gas, luz, medios de transporte). El ritmo frenético de las edificaciones produjo un gigantesco crecimiento del sector de la construcción, convertido en el verdadero motor de la economía.

En el ámbito económico, la modernización se tradujo en un notable auge de la industria y del sector servicios. La poblaron activa que trabaja en la industria pasará al 27%, y la contratada en el sector servicios llegará al 28, pautas que nos revelan que la economía española se moderniza, aunque lo haga lentamente.
Predomina la industria alimenticia, la madera, el vidrio, la pequeña metalurgia, es decir, prevalece el pequeño taller sobre la gran fábrica y la industria de consumo sobre la industria destinada a la fabricación de bienes de equipo.
Hubo un factor que benefició el despegue de la industria nacional: fue la Gran Guerra europea, en la que España se declaró neutral. Los países en guerra se surtieron de productos españoles, agrarios e industriales.
Es la época de los llamados “nuevos ricos”. Así, aunque la industria tradicional de Barcelona era textil, una mayor actividad financiera impulsará la creación de sociedades en la química, la farmacéutica, la metalurgia y la ingeniería mecánica. En el País Vasco la metalurgia, el sector naval, la hidroeléctrica, y sobre todo la gran banca, convierten Bilbao en el centro del moderno capitalismo español.
Incluso en el campo la producción de cereal, de vino y de aceite creció entre 1914 y 1917.
El beneficio para las clases trabajadoras y campesinas fue relativo, porque los precios aumentaron de forma desproporcionada, e incluso llegaron a escasear productos de primera necesidad, dado que los empresarios preferían exportar a surtir el mercado nacional.
El final de la guerra fue también el fin del chollo de los productores, que tras 1918 no dudaron en despedir y reducir salarios. Cerraron empresas, aumentó el paro, la conflictividad social fue en aumento y, en la mejor tradición patria, el Estado español tuvo que intervenir en defensa de la industria nacional elevando los aranceles en sectores anteriormente no protegidos, como la siderurgia o las navieras.
Durante la Dictadura de Primo de Rivera, el Estado se volvió más intervencionista. Mediante el recurso al gasto público se emprenden grandes obras públicas y se subvenciona la edificación de nuevos bloques de viviendas en las ciudades, lo que benefició significativamente al sector de la construcción y a todas las industrias a él vinculadas.
Pero esta actuación sólo subrayaba el principal problema de la economía española: su dependencia del Estado. Con una débil demanda interna y con una fuerte protección frente al exterior, la industria española se mantiene en dimensiones muy reducidas, predominando la pequeña empresa de corte familiar.
En la agricultura, la producción y los rendimientos agrícolas crecieron de forma sostenida. Sin embargo, este crecimiento fue muy desigual, puse se concentró en los sectores del vino, aceite de oliva y cítricos.
En contraste, la producción de cereal creció poco porque el proteccionismo le garantizaba el monopolio del mercado español. En cuanto al régimen de propiedad de la tierra, hay notables diferencias entre el norte y el sur.

Sociedad. Junto al rápido retroceso del analfabetismo, alcanzando el 27%, conviene destacar el declive del localismo, es decir, la pérdida de la absoluta primacía del factor local. Las pequeñas entidades de población, antes asiladas y orientadas hacia la agricultura de subsistencia, comienzan a abrirse por el doble efecto de la emigración y el transporte. El crecimiento urbano, además, pone en crisis el sistema de poder creado por el caciquismo.
Las clases medias siguen siendo reducidas. Lo limitado de la industrialización y del empresariado español no favoreció a la aparición de una clase media de profesionales y técnicos vinculados a la moderna economía de mercado. La clase media trabaja para el Estado o vive del ejercicio de las llamadas profesiones liberales.
En las ciudades, pequeños industriales y comerciantes que no responden en absoluto al estereotipo del gran capitalista. Son los pequeños burgueses, que con frecuencia trabajan codo con codo con sus obreros, entre los que ahora sí, irrumpen con fuerza dos grandes sindicatos, UGT Y CNT. Pequeños patronos y obreros se considerarán a sí mismos como pueblo y, en 1931 actuarán en abierta oposición con la vieja oligarquía terrateniente y especuladora que había controlado la vida política y económica en las últimas décadas. Precisamente esa oligarquía, contraria a todas las grandes reformas, será la gran derrotada con la proclamación de la II República en 1931.
Aspecto que caracteriza la sociedad española del momento es la marginalidad de la mujer.

El primer tercio del siglo XX fue un momento período muy fructífero de la cultura española. A la “generación del 98” sucederán la del 14, con Ortega y Gasset, Madariaga, Marañón, Juan Ramón Jiménez, Falla o Pérez de Ayala y la del 27, que vivirá su mejor momento en los años de la II República. La ciencia contará con financiación pública tras la creación en 1907 de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas.
En Cataluña, el resurgir cultural tuvo su mejor expresión en el modernismo y en el novecentismo, pretendían abarcar todas las formas de expresión artística. Sobresalen el escritor Maragall, el pintor Rusiñol o el ensayista d´Ors.

La guerra de Cuba y el “regeneracionismo”

En 1868 estalló un movimiento insurrecional en Cuba conocido como “el grito de Yara”. Los sublevados exigían la autonomía de la isla y la abolición del tráfico de esclavos. Estos contaron con el apoyo de EEUU. El convenio de Zanjón en 1878 selló una paz precaria, pero permitió a burgueses españoles y cubanos orientar sus negocios hacia el azúcar. La paz trajo consigo la abolición de la esclavitud en 1886 y reconoció el derecho de los cubanos a enviar diputados a las Cortes de Madrid.
Pero la nueva política proteccionista dictada en 1891 sentó muy mal entre la burguesía criolla cubana, que vio notablemente perjudicado su comercio con EEUU. Esto dio a una nueva oleada de insurrecciones en 1895, “el grito de Baire”, azuzadas desde EEUU. Ese mismo año también se sublevaban los filipinos exigiendo su independencia.
Cánovas optó por la mano dura. La durísima represión del gral. Weyler en Cuba desprestigió a España ante la opinión pública internacional. EEUU aprovechó la ocasión para apoyar a los independentistas cubanos, con la esperanza de extender su área de influencia en el Caribe y de abrir nuevas vías comerciales. Estados Unidos quería establecer una cabeza de puente en el Pacífico (las Filipinas), una zona considerada de alto interés geo-estratégico.
Sagasta, en 1897, cesó a Weyler, cambió de política e intentó dar un estatuto de autonomía a Cuba pero la prensa norteamericana ya había creado el oportuno clima de guerra. El 15 de febrero de 1898 estalló el crucero Maine frente a las costas de La Habana, sin explicación alguna, pero el gobierno de EEUU culpó a España de lo ocurrido. McKinley, presentó un ultimátum inaceptable para el gobierno español y declaró la guerra.
La contienda no pudo ser más breve: los norteamericanos destruyeron la flota española en el Pacífico el 1 de mayo de 1898 y dos meses después hicieron lo mismo con la escuadra de Santiago de Cuba.
La paz de París, firmada el 10 de diciembre de 1898, reconocía la independencia de Cuba y obligaba a España a ceder a EEUU las islas Filipinas, la isla de Guam y Puerto Rico. España se vio forzada a vender algunos de sus archipiélagos en el Pacífico, como las Carolinas, las Marianas y las Palaos, que las compraron Alemania. España perdía así los últimos restos de su Imperio colonial y pasaba a ocupar un puesto más que modesto dentro del concierto internacional.
La crisis tuvo una vertiente mucho más política e intelectual que económica o social. La economía española se estremeció poco con la pérdida de las colonias, que supuso la repatriación de capitales cubanos que permitió que se fundaran bancos como el Hispano-Americano, el Español de Crédito, el de Vizcaya o el Central. El cataclismo social tampoco se produjo.
En cualquier caso, la pérdida de Cuba traumatizó la conciencia a un nutrido grupo de intelectuales, políticos y periodistas, para quienes había llegado el momento de regenerar España y de reformar a fondo el sistema político de la Restauración.
La dimensión del “desastre” fue más bien una fabricación conciente por parte de los creadores de opinión.
El regeneracionismo fue un movimiento plural, complejo y muy contradictorio. Algunos defendieron la necesidad de europeizar España, de abrirla a los países de su entorno más desarrollado. Estos fueron Costa y más adelante Ortega y Gasset. Pero otros prefirieron buscar la esencia española en sus tradiciones y en su pasado, presuntamente manchado por el liberalismo durante el siglo XIX. Estos fueron Maetzu o Azorín.
En la clase política también hubo regeneracionistas. Los más importantes fueron Silvela, Maura y Canalejas.

La crisis política del sistema de la Restauración. La oposición al sistema: socialismo, anarquismo, nacionalismo

Alfonso XIII fue proclamado rey en 1902, tras un largo período de regencia de su madre, María Cristina de Habsburgo.
Esta proclamación coincidió con una formidable crisis política, bien visible desde que España perdió sus posesiones de ultramar en 1898
El deseo de cambio estaba extendido ya en 1902; la idea era transformar la democracia caciquil en una democracia sincera. Los dos partidos mayoritarios tenían más difícil para mantener las viejas prácticas caciquiles. A pesar de este deseo de reformas, la inestabilidad ministerial entre 1902 y 1907 fue el principal problema. Con la muerte de Cánovas y Sagasta, los partidos conservador y liberal habían dejado de ser esas organizaciones jerárquicas y cada vez con mayor frecuencia salían a la luz fracciones.
Algunos políticos alumbraron la idea de reformar el sistema de la Restauración “desde arriba”. Hubo dos figuras que intentaron democratizar el régimen desde dentro, el conservador Antonio Maura y el liberal José Canalejas. El objetivo fue convertir al conservador y al liberal en partidos de masas apoyados en la opinión pública y no en los intereses de los caciques.
Maura, presidente ente 1907 y 1909, impulsó varias reformas con la ida de crear un Estado fuerte. Durante su gobierno se aprobó la Ley de Reforma Electoral, que declaraba obligatorio el voto y que igualmente privaba a los ayuntamientos del control sobre las mesas electorales y las juntas del censo.
El artículo más polémico de la ley fue el 29, que prevenía no celebrar elecciones en las que circunscripciones en las que sólo hubiera un candidato; si así ocurría, éste pasaba a ser diputado directamente. Por la presión caciquil, el candidato molesto era presionado para no presentarse, con el resultado de que entre un 15 y un 20% de los electores se quedaban sin votar.
Otro de los proyectos fue la Reforma de la Administración Local. Esta ley preveía un mayor control del poder central sobre los ayuntamientos, la posibilidad de que los municipios formaran mancomunidades para su defensa y pretendió sustituir en las elecciones municipales, el sufragio universal por el voto corporativo.
En cuanto a la legislación social, estableció la inspección del trabajo y los tribunales industriales y creo el Instituto Nacional de Previsión.
Pero en julio de 1909 estalló la Semana Trágica Catalana, una oleada de disturbios en Barcelona contra el envío de tropas españolas a Marruecos, ya que la resistencia magrebí en Yebala había forzado a Maura a movilizar a los reservistas. Se protestaba porque los adinerados podían librarse de ir a la guerra pagando.
Los huelguistas llegaron a cortar los transportes urbanos se quemaron iglesias y conventos. El Ejército reprimió a los sublevados con enorme dureza y se dictaron 17 sentencias de muerte, entre la que destaca la de Ferrer y Guardia, que la prensa más conservadora consideró el responsable ideológico de los disturbios.
Toda la oposición se unió en el llamado Bloque de Izquierdas, cuyo lema era “Maura no”. Agobiado por las críticas y tras perder la confianza del rey, Maura dimitió.
Canalejas, presidente entre 1910 y 1912, estaba muy influido por el nuevo liberalismo británico de Asquito y Lloyd George, por lo que veía vital la intervención del Estado como agente de la reforma de la sociedad, promoviendo una política activa de educación y ayuda social.
En el poder, Canalejas reestructuró la financiación municipal para permitir a los ayuntamientos edificar nuevas escuelas, sustituyó el impuesto sobre consumos por otro progresivo sobre las rentas urbanas, hizo obligatoria la incorporación al frente en caso de guerra e impulsó ciertas medidas sociales que mejoraban las condiciones de trabajo de los trabajadores o la legislación que regulaba el trabajo femenino.
Las medidas más polémicas de Canalejas tuvieron que ver con la Iglesia, en la idea de que la institución eclesiástica debía estar subordinada al Estado. Por ello autorizó el culto público de los no católicos, prohibió el establecimiento de nuevas órdenes religiosas en España. Esto provocó un incidente diplomático con Roma, e hizo reaccionar a los sectores más católicos que protagonizaron grandes manifestaciones contra Canalejas, que no retiró la ley pero accedió a conceder una moratoria. En 1912, Canalejas caía asesinado por un anarquista en Madrid.
Tras la muerte de Canalejas, el sistema de la Restauración inició su debacle. Los liberales se dividieron entre los partidarios de Romanotes y los de Montero Ríos. Maura patrocinó un movimiento católico y monárquico, partidario de conceder autonomía a las comunidades históricas. Es lo que se conoce como maurismo, que tuvo apoyos entre la juventud madrileña de derechas, aunque Maura no supo convertir su movimiento en un partido de masa. Juan de la Cierva coqueteó con lo más reaccionario del Ejército.
Intenso fue el debate que creó la guerra mundial en España. Las posiciones se polarizaron entre los neutralistas y partidarios de intervenir en la guerra, y entre estos últimos las fuerzas estaban divididas entre aliadófilos y germanófilos.
Por estas luchas intestinas, los gobiernos eran cada vez más efímeros y el rey corría más rápido de turno. Otro efecto de la división de los partidos fue la multiplicación de las clientelas políticas. Las facciones en liza no siempre podían satisfacer las exigencias de los caciques, con lo que el caciquismo dejó de ser un sistema eficaz.
Alfonso XIII no dudó en utilizar su poder para quitar o poner Gobiernos, o para entrometerse en la vida política. Durante su reinado se hizo popular la expresión crisis orientales para definir los continuos cambios de Gobierno auspiciados desde el Palacio de Oriente.
Ante la crisis del sistema, las fuerzas marginales se reorganizaron. Surgió un nuevo republicanismo, de tinte reformista y anticlerical y que recogió importantes apoyos ente la pequeña burguesía urbana y los intelectuales. Por su oposición con Maura, en 1910, los republicanos se presentan a las elecciones en coalición con el Partido Socialista (Conjunción Republicano- Socialista) y obtendrán un importante éxito electoral, con 37 escaños
Hubo dos tendencias nuevas dentro de los republicanos: la radical de Lerroux o Blasco Ibáñez, anticlerical, populista, en sus orígenes izquierdista, pretendía convertirse en partido de masa. El Partido Republicano Radical de Lerroux alcanzó una enorme fuerza en Barcelona. Y la reformista de Melquíades Álvarez, que ponía mayor énfasis en la educación del pueblo. Se trataba de un partido minoritario, más a la derecha que en algún momento accedió a pactar con los liberales. Eran profundamente europeístas y apoyaron la participación de España junto a los aliados en la Guerra Mundial.

Los nacionalismos

Los nacionalistas son formaciones excluidas tácitamente del turno pacifico, aunque sí sean legales y gocen de libertad de reunión. Con el paso de los años los nacionalismos resultaran potencialmente temibles para la estabilidad del régimen, en particular el catalán; las bases sociales del catalanismo precedían de de la burguesía industrial más pujante y reclamaban un poder político acorde con su fuerza económica.
Entre 1902 y 1923 hubo en España un notable avance de los partidos políticos nacionalistas, espacialmente en Cataluña y el País Vasco.
En Cataluña habían empezado a proliferar desde 1876 una enorme cantidad de escritos de tendencia regionalistas en el que se defendía la nacionalidad catalana. El primer diario escrito en catalán apareció en 1877 bajo la dirección de Valentí Almirall. Poco a poco las exigencias de reformas tomaron un cariz político y ya en 1890, diferentes personalidades como Prat de la Riba hablaban de la patria catalana. Estos intelectuales tuvieron un gran predicamento entre la burguesía catalana, que se sentía marginada por Madrid, aunque todavía tardarían algunos años en articularse políticamente.
En 1892 un grupo de intelectuales y políticos catalanistas firmaron las Bases de Manresas, en las que se reclamaba el traspaso a Cataluña de amplias competencias políticas y económicas. En 1901 se fundaría la LLiga Regionalista, partido laico, moderado y monárquico fundado por Francesc Cambó y Prat de Riba.
Su lema era “una Cataluña libre en una España grande”. Reivindicaba para España la revisión del sistema fiscal y la reforma de la administración local, así como la enseñanza de la lengua catalana en las escuelas.
La Lliga accedió en 1906 a entrar en una coalición de partidos republicanos y catalanistas de izquierdas, la llamada Solidaritat Catalana, que en 1907 consiguió 41 de los 44 escaños en las provincias catalanas.
Cambó pretendió desafiar al régimen como cuando convocó en 1917 una Asamblea de Parlamentarios paralela a las Cortes Generales, con el propósito de que el cuerpo legislativo representaran la voluntad nacional. Aliado en aquella ocasión con la izquierda liberal y republicana, llegó a exigir una nueva Constitución que pusiera fin a la corruptela del régimen. Colaboró con los partidos dinásticos y accedió a entrar en el Gobierno cuando Alfonso XIII se lo pidió. En 1914 se creó la Mancomunidad de Cataluña gracias a él, un organismo semi- autónomo con competencias en política económica y fiscal, formado por la unión de las cuatro diputaciones catalanas. Su primer presidente fue Prat de la Riba.
El nacionalismo radical y democrático hará acto de aparición en los años veinte, cuando se fundan partidos como Federación Democracia Nacionalcita, Acció Catalana o Estat Catalá, agrupándose en 1931 en Esquerra Republicana de Catalunya.
En el País Vasco el nacionalismo fue más radical que en Cataluña. Sabino Arana, fundador en 1894 del PNV, reclamaba la devolución de los fueros vascos. En virtud de esos antiguos fueros, las provincias vascas y Navarra no pagaban algunos impuestos y sus habitantes estaban exentos del servicio militar.
Nacionalismo profundamente católico y conservador, que mitifica el caserío y la vida rural, la supuesta raza vasca y que odia el capitalismo y el mundo moderno.
Desde casi el principio convivieron dos bloques dentro del PNV, uno moderado y otro radical, aunque generalmente se impusieron los primeros
Diferencias entre los dos nacionalismos

• El catalán tiene un discurso autonomista y quiere participar en el Gobierno central, mientras que el vasco es independentista y antiespañol.
• La Lliga es creación de una nueva clase social mientras que el nacionalismo vasco es exclusivo de Sabino Arana. La burguesía industrial y financiera vasca se sentía identificada con Madrid por la compenetración histórica ente ambas capitalizaciones. En cambio, los lazos de unión entre las burguesías madrileñas y catalana son en esos momentos inexistentes prácticamente.
• El canovismo hizo una concesión histórica al País Vasco que no hizo a Cataluña: las provincias vascas tenían plena potestad para recaudar impuestos y a cambio éstas pagaban al Gobierno central una tasa fijada.

En Galicia el nacionalismo tuvo una honda raíz cultural y lingüística, y no se articuló políticamente hasta la II República. El Partido Nacionalista Galego, fundado en 1919, apenas tendrá incidencia en la vida de la región.

El movimiento obrero

Con el crecimiento del sector industrial se multiplica la clase obrera.
La situación laboral del obrero no es buena: no hay trabajo fijo y la jornada es de10 a 13 horas, y sólo en 1925 se generaliza la de ocho. En 1919, se había limitado por ley la jornada en las minas a 7 horas diarias. Peor aún están en el campo, sobre todo en el sur. Los jornaleros piden subidas de salario, reducción de la jornada de trabajo, abolición del destajo, preferencia de contratación de las personas del lugar.
A comienzos del XX bulle el asociacionismo obrero, aunque no siempre se canaliza por medio de sindicatos. Normalmente se hacen por las cooperativas de consumo y de crédito y organizaciones no políticas.
El PSOE se funda en 1879 y la UGT en 1888 pero fueron movimientos marginales en sus primeros años.
El núcleo del partido socialista lo formaban intelectuales y trabajadores ligados al mundo de los oficios, tipográficos sobre todo, cuyo nivel de preparación era bastante superior al de los trabajadores industriales y al proletariado. Estaba muy extendido en Madrid, Cataluña, Vizcaya y Asturias.
La convicción de que el capitalismo estaba moribundo y el desden hacia el bajo proletariado explican que P. Iglesias se mostrase muy reacio a apoyar las huelgas. Temía que la represión del sistema y la reacción negativa de una sociedad poco concienciada en su causa terminaran por destruir su frágil organización. El pacto con los republicanos en 1909-1910 le creo graves problemas de conciencia y más aun la colaboración con los anarquistas años después.
Fue por la huelga general revolucionaria de agosto de 1917 por la subida de precios. La huelga fracasó por la falta de apoyo y los principales líderes socialistas, Besteiro y Largo Caballero acabaron en la cárcel. Pese a las detenciones, las huelgas se multiplicaron entre 1918 y 1921; hablándose incluso de trienio bolchivque.
UGT experimentó un espectacular crecimiento en afiliación sobre todo en Madrid, Asturias y País Vasco. La UGT no fue prohibida por Primo de Rivera, y de hecho, este sindicato en algún momento se avino a colaborar con el dictador. La explicación es que el ideal de la UGT era en aquellos años más obrerista que democrático.
Mucha menor fortaleza tuvo el PSOE, que sufrió una escisión por la izquierda en 1921, cuando una facción partidaria de Lenin funda el PCE.
El anarquismo español tendrá una trayectoria entre dramática y contradictoria. Se suele distinguir entre el andaluz, más libertario y idealista, y el catalán, más sindical y mejor organizado. Entre 1882 y 1883 una oleada de asaltos ye extorsiones en Jerez de la Frontera, protagonizados por La Mano Negra, puso en jaque a la policía. En la última década del XIX, hubo atentados anarquistas contra patronos y políticos, especialmente en Cataluña. Una bomba lanzada en 1896 durante la procesión del Corpus en la Ciudad Condal se saldó con fusilamiento de anarquistas en Montjuic. El año siguiente Cánovas murió asesinado por un anarquista.
En 1907 se fundó Solidaridad Obrera, germen de la CNT, que se creó en 1911, con un éxito inmediato de afiliación.
El anarquismo español se edificó sobre dos pilares: la industria catalana y el campo andaluz. En el primer caso, el Congreso de la Confederación Regional Catalán de 1918, aprobó una línea sindical revolucionaria y de extrema izquierda, espoleados los anarquistas por el reciente éxito de la revolución soviética. No se excluía el terrorismo como instrumento de presión.
Más desorganizados se muestra el anarquismo campesino en Andalucía. Se ha vinculado el éxito anarquista en Andalucía con la pervivencia de un espíritu cristiano primitivo basado en la igualdad entre los hombres, en la comunidad de bienes, en la solidaridad con los oprimidos. El anarquismo resultaba más atractivo para el jornalero pobre o sin tierras por que proponía dividir los latifundios en pequeños minifundios campesinos.
La huelga general del campo andaluz, en verano de 1919, obligó al gobierno a declarar el estado de guerra, y el ejército se empleo en la represión con la mayor dureza.
Entre 1918 y 1923, el anarquismo español llegó a reunir el 30% de los afiliados a los sindicatos anarquistas europeos.
Aunque UGT y CNT fueron juntos a la huelga de 1917, en realidad los dos grupos eran rivales y enemigos. Al centralismo e la UGT se contraponía la organización flexible de CNT y a la negociaron socialista, la acción violenta de los anarquistas.

El final de la Restauración

Desde 1917 la oleada de huelgas fue la nota común, coincidiendo con el alza de precios y el enriquecimiento de los pocos que supieron aprovecharse de la guerra.
La cosa no mejoró cuando a la expansión económica siguió la crisis, con cierres de empresas y despidos masivos. Los patronos también se asociaron. Entre 1910 y 1920 aparecen asociaciones como la Liga Nacional, el Fomento del Trabajo Nacional… Ante el rebrote anarquista, los patronos contrataron pistoleros para defenderse y vengarse asesinando sindicalistas.
Para combatir la progresiva inestabilidad social, desde 1917 se recurre a los gobiernos de concentración nacional, formados por dirigentes de los dos principales partidos políticos. Incluso la Lliga acudió a la llamada del Rey, y Cambó llegó a ser ministro en 1918. Pero los gobiernos eran más inestables que antes.
La intransigencia de huelguistas y de patronal obligó al Gobierno a arbitrar providencias excepcionales en 1920. Medias algunas de corte social, como la creación de comisiones mixtas, con representantes de obreros y patronos, o la creación del Ministerio de Trabajo, pero otras en detrimento de la libertad de expresión y de reunión sindical, reforzando el papel del ejercito.

La guerra en África y la cuestión militar

Tras la pérdida de Cuba, España sitúa su interés estratégico en la zona del Estrecho, con el objetivo de proteger Ceuta y Melilla, y de extender su domino por las ricas minas de Rif.
España encontró un buen aliado en Francia, porque éste, presionado por Alemania para reducir su absoluto predominio en el Magreb, se mostró dispuesto a compartir su control sobre Marruecos con España. España y Francia habían firmado un tratado secreto en 1904 con este propósito. Sin embargo, el protectorado de España sobre Marruecos no fue reconocido como tal por la comunidad internacional hasta 1912.
Se formó la Compañía Española de Minas del Rif, en la que participaron los más importantes políticos y financieros. Marruecos era para ellos un negocio.
España también heredaba un territorio inestable, en el que la autoridad del sultán era papel mojado. Además, pululaban tribus belicosas contrarias a la presencia europea.
Pero la presencia española en Marruecos fue un grave problema de política interior. Primero, porque abrió heridas entre los partidos políticos. La izquierda no dinástica, los republicanos, buena parte de las clases medias, la mayor parte de la clase trabajadora, se opusieron a la guerra, al menos hasta el desastre de Annual en 1921
Segundo porque devolvió a los militares al primer plano de la actualidad, un espacio del que Cánovas los había expulsado con la Constitución de 1876.
A comienzos de siglo, el ejército fuera objeto de burlas por parte de cierta prensa catalana. En represalia, los militares ocuparon las redacciones del Cu-Cut! Y también de La Veu de Catalunya, el órgano oficial de la Lliga. Aprobada bajo presión castrense, la llamada Ley de Jurisdicciones, de 1906, puso bajo la jurisdicción militar cualquier delito que se considerara atentatorio al Ejército y a la Patria. Hecho gravísimo, sin duda, porque privaba a los civiles de una jurisdicción que les era propia, y porque ponía fin a la subordinación de los militares a la esfera civil.
La campaña de Marruecos dividió a los militares en dos grupos: los partidarios de respetar los ascensos por antigüedad, y los que querían primar los meritos de guerra. Los primeros eran los “junteros”, radicados en la península, los segundos, los llamados “africanistas”. Dentro del Ejército también había posturas “abandonistas”, o sea, partidarios de retirar las tropas de Marruecos. El Gobierno implantó en 1909 el criterio de premiar los méritos de guerra, con el objeto de estimular al ejército africano. La medida generó resentimiento entre las unidades peninsulares.
La represión de las huelgas y movimientos sindicales pareció reforzar el papel del Ejército peninsular. Las Juntas de Defensa, sindicato militar partidario de primar los ascensos por antigüedad, exigieron compensaciones por su participación en la refriega de las huelgas de 1917-18.
El poder político, incapaz de frenar a estas juntas, cuando el ministro de guerra quiso arrestar en 1917 a los cabecillas junteros de Barcelona, acusados de indisciplina, se inició una verdadera rebelión en los cuarteles. El rey se puso de parte de los amotinados, y el ejecutivo liberal de García Prieto se vio obligado a dimitir. El Gobierno que le sucedió, el de Dato, legalizó la existencia de las juntas. Tal como pedían los junteros, los ascensos volvieron a darse por antigüedad.
El desastre de Annual fue en 1921. El jefe de la comandancia de Melilla, el gral. Fernández Silvestre, creyó llegado el momento de que España ocupara la bahía de Alhucemas, para unir Yebala con el Rif. Un grave error de cálculo, porque la campaña, mal planeada y peor dirigida, acabó con una rotunda derrota del ejército español en el Monte Arruit, como consecuencia de esta derrota fueron 12.000 muertos y la pérdida de todas sus plazas occidentales, menos Melilla.
La derrota terminó beneficiando a los africanistas, porque la opinión pública exigió, como venganza, una amplia intervención en Marruecos que devolviera la dignidad española en el mundo. Molestó que España fuera derrotada por un país africano que se consideraba inferior.
El gobierno pudo por fin prohibir las juntas de defensa. En las Cortes se abrió una comisión para depurar las responsabilidades del desastre marroquí (el expediente Picasso), pero no se llego a ningún lado por las divergencias entre los políticos. Para complicar más las cosas, el gobierno de García Prieto, en 1922, accedió a pagar un rescate a Abd- el Krim para liberar a los cautivos españoles supervivientes, acto que fue recibido con indagación por la opinión pública española.
Un deseo general el ejército, y fueron los africanistas quienes mejor encarnaban el ideal de valentía y de orgullo militar que impregnó buena parte de la sociedad española.

La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930)

Los últimos años de régimen parlamentario fueron muy difíciles. A la crisis política y militar se unió la crisis social resultado de las huelgas y el pistolerismo. La inestabilidad política (15 gobiernos entre 1914 y 1923), el vacío de poder, las oleadas de huelgas, el descontento del Ejército y la incapacidad del Parlamento llevaron al sistema de la Restauración a su total descrédito.
Conservadores y liberales intentaron salvar la situación con varios gobiernos de coalición, sin éxito.
Por el contrario, el desastre de Annual creó un germen favorable a la extrema derecha. El triunfo de Mussolini hizo que los militares se considerar salvadores de la Patria.
El 13 de septiembre de 1923, el gral. Primo de Rivera dio un golpe de Estado y en pocas horas se hizo con el poder con el apoyo mayoritario de la opinión pública y el consentimiento del Rey.
El golpe de Estado gozó del apoyo de intelectuales como Ortega y Gasset o Azaña, políticos como Cambó lo saludaron con entusiasmo, porque vieron en él la única manera de salir de la Restauración.
La formula golpista practicada por Primo y Alfonso XIII tenia un claro antecedente en el tándem Víctor Manuel III- Mussolini, imitado por los monarcas de Yugoslavia, Bulgaria, Grecia o Rumania , que apoyaron su autoridad en el Ejército.
La dictadura de Primo de Rivera no fue fascista sino más bien el típico régimen militar fruto de un golpe de Estado, sin parlamento, partidos políticos, elecciones ni libertad de prensa. Suspendió también la Mancomunidad de Cataluña, porque el catalanismo era contrario a su visión de una España fuerte y centralizada. Primo permitió una relativa tolerancia con sus opositores, permitiendo desarrollar cierta actividad política al PSOE.
La dictadura de Primo de Rivera tuvo dos fases: el Directorio militar (1923-1925), en el que el Gobierno estuvo formado sólo por militares, y el Directorio civil (1925-1930), con ministros civiles en la carteras de Hacienda (José Calvo Sotelo), Fomento (el conde de Guadalhorce) y Trabajo (Eduardo Aunós).
La dictadura debía ser una solución temporal a los males de España, aunque en algún momento Primo de Rivera pensara en perpetuar su régimen y crear un Estado Nuevo vagamente similar al fascista italiano. Con este fin, Primo fundó en 1924 la Unión Patriótica, de ideología derechista y católica, no fascista en sentido estricto, aunque con genéricas apelaciones sociales. Convocó en 1927 una Asamblea Nacional Consultiva para que elaborara una nueva Constitución conservadora, católica y corporativa, en la que hubiera un voto ponderado de corporaciones y sindicatos. Ninguno de estos dos proyectos llegó a buen puerto, entre otras cosas por la oposición del Rey y de la vieja guardia liberal.
Centró su política en dos puntos: la recuperación del prestigio exterior de España y el desarrollo económico a toda costa.
Primo de Rivera visitó Marruecos en 1924, los mandos africanos protagonizaron un sonado plante. Pero Primo fue lo suficientemente hábil como para cambiar de bando a tiempo. Logró congraciarse con los africanistas tras el exitoso desembarco de tropas españolas en Alhucemas, una ofensiva franco-española que obligó a Abd- el Krim a rendirse en 1926.
Las exposiciones universales de Sevilla y Barcelona en 1929 también dieron a España una cierta proyección mundial. Sin embargo, Primo no consiguió para España un puesto en el Consejo de Seguridad de la Sociedad de Naciones ni tampoco el control sobre la ciudad marroquí de Tánger. La Dictadura acabó aislada de Europa, sin más amigos que la Italia de Mussolini y el Portugal del dictador Salazar.
La estabilidad interior se logró a costa de la represión de las manifestaciones y la ilegalización de la CNT. El régimen, garantizado la estabilidad mediante una política de grandes inversiones. Esta expansión del gasto del Estado se tradujo en grandes obras públicas (embalses), en una mejora de los transportes y comunicaciones (se construyeron más de 5000 km. de carreteras) y en la creación de diferentes monopolios estatales (CAMPSA, Telefónica, Iberia,etc.), llegándose incluso a expropiar instalaciones de compañías extranjeras. Los resultados de esta política fueron muy buenos, y el nivel de vida creció notablemente hasta al menos 1928.
También impulsó el cooperativismo y dictó varias medidas de corte social, como el seguro de maternidad, las viviendas baratas o la ayuda a las familias numerosas. La Organización Corporativa Nacional del Trabajo pretendía regular la legislación y las relaciones laborales mediante comités paritarios, formados a partes iguales por representantes de empresarios y trabajadores, aunque el Estado se reservaba siempre la última palabra.
Los resultados no fueron negativos para la clase trabajadora, pues se dictaron en España disposiciones concretas sobre horarios, jerarquías de oficios, distribución de tareas y de salarios. Las protestas de la clase patronal comenzaron a hacerse frecuentes, empezó a desconfiar abiertamente de Primo.
El exceso de gasto público, aunque dio buenos resultados económicos a corto plazo, terminaría por hundir las finanzas del Estado, pues la deuda pública se había duplicado en apenas 5 años. La fortaleza de la peseta favoreció la entrada en España de capitales especulativos extranjeros; pero apenas la economía española dio muestra de debilidad, la peseta se deprecio bruscamente, porque los inversores extranjeros retiraron de golpe su dinero. La crisis española se debió a problemas internos y no con el crack bursátil de 1929. Con la crisis, salieron a relucir dramáticamente los viejos problemas de la economía española ( la escasa entidad de nuestra industria y el desigual reparto de la tierra).
Tampoco Primo fue capaz de acabar con el caciquismo, si bien el fortalecimiento del poder central a través de los gobernadores civiles debilitó la autoridad de los caciques e incluso permitió el ascenso al poder de políticos nuevos, no vinculados con la corrupción del pasado.
Durante los últimos meses, parte del cuerpo de Artillería se sublevó ante la pretensión del gobierno de conceder nuevamente los ascensos militares por méritos de guerra. También hubo manifestaciones estudiantiles contra la política educativa del régimen y Primo de Rivera respondió cerrando la Universidad. Ni los propios partidarios de Primo se ponían de acuerdo en las medidas a tomar, y el Rey acabó por perder la confianza en el dictador. Al propio tiempo, los partidarios republicanos clandestinos comenzaron a reorganizarse.
Primo de Rivera terminó por dimitir en enero de 1930, pero el descontento social siguió en aumento. El Rey intentó controlar la situación confiando el Gobierno al gral Berenguer y prometiendo nuevas elecciones que hicieron retornar España a la normalidad constitucional. La opinión pública terminó por culpar a la Monarquía de los males de España y el republicanismo adquirió un enorme prestigio entre los intelectuales y las clases medias del país. El intelectual más famoso de aquellos momentos, Ortega y Gasset, habló del “error Berenguer” y pasó a apoyar la causa de la República. El programa republicano reunió a la pequeña burguesía y a los trabajadores urbanos, los verdaderos protagonistas de la caída de la Monarquía.
El llamado “pacto de San Sebastián” (agosto de 1930) juntó a todos los partidos republicanos bajo un propósito común: liquidar la Monarquía con un golpe de fuerza e instaurar una República

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